24 sept 2012

BG :)

Si, creo que fue su risa lo primero que llamó mi atención. Su risa en todos sus aspectos: siempre me fascinó que se riera mucho, casi por cualquier cosa. Su carcajada, exageradamente festiva, aparecía en cualquier momento con una pasión que no había conocido hasta entonces. Me descolocaba, rompía todos mis esquemas. Esa alegría era portadora de una energía única, que lograba que olvide toda la oscuridad que rodeaba mi vida hasta ese momento.
Su sonido era también muy particular: brotaba de su corazón, no de su garganta, estruendoso y ensordecedor. Mis oídos siempre amaron esa música singular, que era capaz de iluminar mi alma en cada aparición.
Sus labios y su sonrisa eran, a mi criterio, perfectos. Finos, elegantes, de un rojo intenso que me atrapó desde el primer día que logré acariciarlos con mi boca, esos labios representaban el néctar de los dioses, la llave del paraíso que me conducía a un mundo mejor, en el que su ternura y su belleza eran solamente mías para toda la eternidad. Su sonrisa, dotada de una blancura y un brillo celestial, era tan alineada que lograba poner en ridículo a la sonrisa más hermosa que cualquier hombre haya visto alguna vez. Era la conjunción ideal de delicadeza y amor.
Su cabello, negro para mí y castaño para ella, era tan lacio en la parte superior como ondulado en las puntas. Siempre apacible y sedoso, se movía al compás de su cabeza y tapaba sus hombros, llegando casi hasta sus pechos. Su flequillo, que viajaba hacia el lado izquierdo de su rostro, siempre se mostraba prolijo y obediente: ninguna brisa invernal lograba arruinar ese cuadro perfecto.
Su cuerpo siempre me invitó a pensar que el mismísimo ser supremo lo había creado con sus propias manos, poniendo especial énfasis en cada detalle. La simetría preponderaba en ese envoltorio que me fascinaba a cada vistazo: sentía que, ante cada mirada, mi cariño y mi necesidad de ella se hacían más y más profundos, lo cual a veces me aterraba.
Sin embargo, no fue sólo su apariencia, ni tampoco su risa, lo que me cautivó. Había algo en ella tan particular, una combinación de sutileza y elegancia, con cierto aire pueblerino, que desde el primer día me inspiró la más intensa confianza que sentí, quizás, en toda mi vida. Sí, con ella podía abrirme y ser tal cual soy: mis secretos dejaron de ser sólo míos, y ella se convirtió en una guardiana de mis sentimientos.
Su habilidad innata para pasear de un tema a otro, desde la muerte hasta sus anécdotas de fin de semana, y siempre con la misma naturalidad y con su mágica carcajada, nunca dejó de sorprenderme. No había conocido hasta entonces a una mujer poseedora de tan extraño talento: su sonrisa siempre decoraba nuestras charlas, aún cuando su alma rugía de tristeza. Esa singular capacidad que le permitía sonreír siempre, me obligaba a creer que no era ``una más´´: era extremadamente especial, y ella valía todos los sacrificios y esfuerzos. Realmente lo merecía.
No quisiera dejar de lado su actitud. El fervor con el que vivía, día tras día, conseguía dejarme obnubilado. La energía que envolvía su vida y la pasión con la que tomaba cada decisión, lograron sacudir todo mi ser, y me obligaron a tratar de imitar tamaña proeza. Créanme: no es cosa cotidiana toparse con una mujer así, tan firme y decidida, y con el suficiente valor para hacerse cargo de sus errores.
Sin embargo, mentiría si no dijese que gran parte de su conquista se debió a lo que generó en mí: una combinación divina de paz y tranquilidad. Estando a su lado, era capaz de cerrar los ojos y, sencillamente, volar. Recostado en su pecho mis dolores se disipaban, todo era felicidad, y su hermosura me hacía sentir satisfecho, pleno. Nada malo existía cuando compartía una charla, una tarde, o sólo un momento con ella.
Me fascinaba no observarla por unos momentos, y de repente, cruzarme con su mirada y toparme con toda su belleza. Sentía que era la mujer más linda del mundo, la más completa, la más tierna. Y, en ese momento, era mía. Eso era la felicidad absoluta.
Con el tiempo, descubrí que poseía otro talento: no importaba lo mal que pudiera sentirme, ella siempre conseguía robarme una sonrisa. Su personalidad era portadora de una energía muy particular que conseguía hacerme olvidar todo lo malo que me rodeaba: los problemas desaparecían, los dolores se esfumaban, lo oscuro ya no existía.
Por otra parte, supo ayudarme (sin siquiera saberlo) a dejar atrás al miedo de ser un mal hombre. Desde que tengo memoria, temí convertirme en algo que no me gustase, en una persona con más defectos que virtudes. Estando a su lado, mis defectos tendían a ocultarse y desaparecer; mientras que mis virtudes afloraban y ambos podíamos disfrutar de excelentes momentos juntos. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que con ella tenía actitudes que nunca había tenido con nadie. Realmente logró sacar lo mejor de mí, y eso me fascinó.
Sin embargo, creo que lo más lindo de ella es que este relato podría no terminar nunca. Días enteros podría pasar describiendo su belleza y su ternura, y cada anochecer encontraría un nuevo don, una nueva cualidad que me llevaría a pensar que, definitivamente, es muy especial. Desde que entró en mi vida, todo cambió. Y agradezco haberla conocido.
Siempre soñé con alcanzar este momento. Y hoy, puedo disfrutar de la mujer más hermosa que conocí.


``No sé como explicarlo, por que sentirlo es mejor´´.

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