El ``cucho´´ Mendoza se levantó esa mañana pensando qué nunca olvidaría esa jugada y esa mala decisión. Observó el viejo radio-reloj digital, cuyos números rojos indicaban que eran las 7.15 de la mañana, y cerró los ojos. Las imágenes de esa tarde invadían su mente una y otra vez, atormentándolo a cada segundo.
Podría decirse que, desde que tenía memoria, había soñado con aquella oportunidad: pisar el verde césped con el estadio lleno; la popular alentando sin cesar a su querido Quilmes; la camiseta blanca con vivos azules, que siempre lo acompañó en los picados de su infancia, luciendo en su torso; sus padres y su novia en la platea, emocionados y quizás más nerviosos que él.
Tres días antes, cuando vio su nombre en la planilla cuyo título rezaba: “Concentrados versus Colón de Santa Fe”, pegada en la puerta de la antigua sala de prensa, sintió que su más grande anhelo estaba próximo a cumplirse. Por primera vez, sería parte del banco de suplentes, y el sueño del debut estaba a la vuelta de la esquina.
La mañana previa al partido fue interminable. La tranquilidad había cedido paso a los nervios, que estaban haciendo mella en su confianza. Imaginaba a cada momento que haría si le tocaba entrar y como respondería ante tanta presión. Sus compañeros lo tranquilizaban, y él fingía escucharlos y aceptar sus consejos. Sólo quería tener una oportunidad para demostrar lo que valía, y lo que había luchado por llegar a ese lugar.
Cuando se asomó al túnel y vio a la multitud cantando y saltando, se le erizó cada pelo de su cuerpo. Siguió a sus compañeros hasta el banco de sustitutos, y se sentó a observar las acciones: el encuentro se desarrolló tal como lo había previsto Alfonso Moirano, el director técnico, en la charla previa. Mucha gente en el medio campo, pocas situaciones de gol, y mucha pierna fuerte ante los que más sabían con la redonda.
El marcador aún se mantenía en cero cuando, a los 87 minutos, el DT lo llamó y sólo le dijo: “vaya y haga lo que sabe. Está en el potrero”. Se sacó la campera y se acercó a la línea de cal, esperando la sustitución.
La primera pelota que tocó en la máxima división del fútbol argentino fue un pase sobrio a Javier Méndez, el volante derecho creativo que tenía Quilmes. Inmediatamente, picó al vacío a buscar la devolución, que llegó en tiempo y forma a sus pies. A unos diez metros del área de penal, por el sector izquierdo, emprendió una arremetida en diagonal, eludiendo al marcador derecho y tocando oportunamente con el “el buitre” Silva. El experimentado centro delantero decodificó el mensaje que le había enviado “cucho”, y le devolvió la pared por sobre los centrales, dejándolo cara a cara con el arquero.
El estadio se silenció de repente, y oyó a su técnico gritar desesperado: “definí, definí”. “Cucho” sabía que era lo correcto, pero sin darse cuenta había caído en uno de los defectos más comunes de los talentosos: se había engolosinado. Por eso, intentó gambetear al arquero, amagando a salir hacia afuera y realizando una finta con su cintura. El “pulpo” Guzmán, ex arquero de la selección, adivinó la intención y se lanzó sobre la pelota, apoderándose de ella y dejando un amargo sabor en los pies de “cucho”.
El partido terminó minutos más tarde, y el 0-0 reflejaba lo fuerte que eran las defensas de ambos equipos.
Ya en el vestuario, mientras se disponía a bañarse y a sacarse toda la bronca, el Moirano se acercó y le dijo, con tono paternal:
-Me parece que me equivoqué con vos, pibe. Todavía estás muy verde.-
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