Cierro los ojos. Intento abstraerme de todo, de anular mis
sentidos. Ya no quiero sentir. Imagino una llama apagándose en mi pecho,
luchando por sobrevivir bajo una lluvia torrencial.
Aún escucho a la profesora del teórico de PDI y a su
discurso mega oficialista, aunque cada vez la siento más lejana. Recuerdo
entonces que hace exactamente quince días, estaba recibiendo un mensaje que me
entristeció demasiado. Entonces, me paré y me fui, ante la mirada preocupado de
Juli, de Flor, de Mariana y Agustina. Sentía que me estaban por arrebatar lo
mío, y no podía quedarme de brazos cruzados en esa clase.
Abro los ojos y miro a mí alrededor. No sé si pasó un
minuto, media hora, o quince días. La escena es casi idéntica: a mi derecha, la
tengo a Juli, concentrada como de costumbre; a mi izquierda, Mariana, indignada
ante el mensaje político que emite la profesora; un banco más allá, Florencia,
corrigiendo trabajos y sonriendo, como siempre; la más lejana a mi posición es
Agustina, que tiene la mirada perdida en la ventana. ¿En qué estará pensando?.
Parece que hoy no soy el único que se siente extraño.
Agarro el celular. 13:54 hs. Todavía falta una hora. Instintivamente,
abro el whatssap y la busco. Me topo con
una imagen que no quería ver, y no sabía que estaba ahí. Me entristezco. Siento
bronca, ira, pero sólo por unos segundos. Finalmente, y después de muchos años,
aprendí a controlarme. Igual, eso no sé si me hace feliz. Creo que maté una
parte muy mía por los pedidos de terceros.
Ahora sí, pienso, la escena es idéntica. ¿otra vez tengo que
pasar por esto? Entonces, recuerdo un poema de Paulo Coelho, que decía “ya lo
pasaste, pero no lo sobrepasaste”. Es cierto, no lo superé, y tampoco quiero
hacerlo. Cada vez es más difícil, cada vez me enojo y me decepciono más, pero
todavía no me nació abandonar el barco.
La mina que está sentada adelante mío saca el celular del
bolsillo. No puedo con mi lado chusma, y me estiro para ver que le llegó un
mensaje de “gordo”, con el texto “¿te contesto? TE AMO MI VIDA”. La miro a ella,
veo que ni siquiera sonríe, y vuelve a guardar el celular en su pantalón.
Siento pena por ella. No sabe la suerte que tiene.
Recuerdo ahora a Alejandro Dolina. En su libro “crónicas del
ángel gris´´, afirmaba que los amores inconclusos nunca mueren, son siempre
capullo, son siempre pasión. Por un microsegundo, me alegro de mi situación, y
de sentir lo que siento. Y vuelvo a sentir pena por la mina de adelante.
¿Qué estoy haciendo? ¿En que lugar estoy parado? Hace muchos
días me pregunto lo mismo, y no encuentro respuesta. En alguna parte de mí,
creo que me programaron para esperar y me comporto como un robot: ya no
pregunto, ya no pido, ya no averiguo, ya no soy curioso. Me dibujaría a mí
mismo sentado, aburrido y con la mirada perdida. Y solo.
Tengo ganas de que termine la clase. Ya no aguanto más. Quiero aire, salir con la
bicicleta, que me pegue el viento en la cara. Quiero sentirme un poco más vivo.
Voy a volver a cerrar los ojos. Ahora, me imagino un día,
ESE día, en el cual todo terminó y todo está bien. Me imagino cómo sería todo,
cómo me sentiría, cómo sería mi nueva vida con ella cerca.
Sonrío. Que raro es todo.
Y es así que todo vale todo, y todo se termina. Todo se termina. Todo menos vos.
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