Si tuviera que
definir al año que está por terminar, la primera palabra que se me viene a la
cabeza es estancamiento. Y así lo pensé durante varios días.
Sin embargo, creo que esa definición es muy dura. Si bien es
cierto que no logré cumplir NINGUNO de los objetivos que me propuse allá en
Mina Clavero, en enero, soy consciente de que apunté muy alto y que va a llevar
más tiempo alcanzar las metas.
Estancarse es no moverse, y creo que me moví. Avancé
muchísimo en muchos aspectos, me afiancé en otros, superé obstáculos y me superé
a mi mismo. Si me conformara con eso, no sería yo. Por eso, si al año tuviese
que ponerle un puntaje, le pondría un…6.
Fue un año en el que tuve que remar en diferentes facetas:
deporte, facultad, amor, familia. Y todavía no llegué a ninguna orilla. Pero me
acerqué, y en el naufragio me conocí y aprendí.
Además, hay que tener en cuenta que venía de un 2011
sencillamente espectacular, al que le pondría un 10. Cumplí todos mis
objetivos, todos, desde los más chiquititos a los macro. La vara quedó muy
alta; era difícil repetir un año así, con tantas satisfacciones.
Está por arrancar un nuevo ciclo, y más allá de triunfos y
fracasos, me deja tranquilo que tengo las mismas ganas de siempre de seguir, de
empujar y empujar hasta mover la pared. Todas las estructuras ceden en algún
momento.
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