Somos seres imperfectos. Todos podemos equivocarnos, cometer un error, pifiarle feo. Nadie puede decir que nunca falló, nadie puede tirar la primera piedra. Por eso, existe el perdón, que es mucho más que una palabra. Es un acto de humildad, una manera de reconocer que yo también el día de mañana puedo hacer algo mal, y voy a necesitar de tu perdón, de tu abrazo. Uno perdona por que quiere, por que siente. El que no, simplemente ignora. No nace aceptar unas disculpas si el asunto no nos interesa.
Lo más importante es, entonces, no volver a recaer en lo mismo. No equivocarse dos veces. Lo trascendente es aprender.
Cuando uno sabe que está haciendo las cosas bien, esté feliz o triste, puede estar tranquilo. Puede respirar pausadamente, relajar los hombros y cerrar los ojos. Lo bueno o lo malo ya pasará: pero la tranquilidad de hacer las cosas bien, queda.
Cuando te equivocás, perdés la tranquilidad, e intranquilo, nervioso, fuera de foco, es cuando se cometen más errores. Entrás en un círculo vicioso del cual es difícil salir: te mandaste una cagada, y para arreglarla te mandás otra producto de tu ansiedad, y así sucesivamente.
¿Y entonces? Entonces nada. Hacé lo único loable que se puede hacer en estos casos. Pedí perdón, agachá la cabeza, y esperá.
Y la cosa empezó a complicarse. Era cantado, hasta el momento venía todo bastante fácil. Ahora te quiero ver..Los días empiezan a pesar. Y el miedo y la inseguridad comienzan a decir presente.

No hay comentarios:
Publicar un comentario