Recostado sobre la cama, inmóvil y acalorado, Nicolás
pensaba. Repentinamente, sus ojos se abrieron,
denotando que la sorpresa había invadido su cabeza. Levantó la mirada, y vio
que ella ya se encontraba profundamente dormida. “¿Cómo hace para dormirse tan rápido?” pensaba,
mientras acariciaba su rostro con su mano izquierda.
Luego, retomó sus pensamientos, y recordó por que se había
sorprendido: ya no estaba enojado. Ver esa imagen en su celular, en cualquier
otro momento de su vida, hubiera sido el detonante de una gran pelea y de una
gran discusión. Sin embargo, habían pasado cinco minutos, y no sólo ya no
sentía bronca, sino que era él quien se había acercado a ella, buscando un
abrazo o un cariño.
“Esto no está nada bien”, se dijo así mismo. Volvió a mirarla, esta vez con cierto recelo,
e intentó no dejarse vencer por su ternura. Pero no hubo caso…
Bastó mirarla unos segundos para sentirte pleno, feliz, en
paz. No entendía por que, desde siempre, ella era capaz de generar reacciones
totalmente contrarias a las habituales de su personalidad. No comprendía por
qué no conseguía enojarse con ella, ignorarla, o sacarla de sus pensamientos.
Sabía que no iba a encontrar la respuesta a sus
interrogantes, por lo que optó por no pensar más. Luego, sonrió al notar que otra vez las horas se
habían pasado volando y la noche había dado paso al día entre charlas y risas.
Que poco necesitaba para ser feliz junto a ella. Bastaba escucharla, admirarla
y apreciar su belleza, para que todo el dolor abandonara su cuerpo, dando lugar
a la algarabía y la risa.
La miró fijo, intentando grabar ese momento en sus retinas,
ya que presentía que no volvería a repetirse tan pronto como él quisiera. Miró
el reloj; las diez de la mañana. Hora de, finalmente, dormir. Escuchó su
respiración, tranquila y pausada, y volvió a sentir una profunda paz, que no
sentía desde hacía varios días. Le dio un beso en la mejilla, y la sintió suya.
Finalmente, se dio vuelta, y ella lo abrazó.
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