Veo a gente cumplir sus metas, seguir adelante, caminar y
avanzar. Veo a gente feliz, satisfecha con sus logros. Veo a gente que
encuentra su lugar en el mundo, que ama lo que hace. Veo a gente sonriendo,
abrazados, de la mano, caminando a la par. Veo a gente que luchó mucho, y hoy
saborea los frutos.
Y esa gente estaba lejos de mí, muy atrás en la fila. Había
conseguido sacar varios cuerpos de distancia. Me había costado mucho trabajo aventajarme,
estar adelante; años de sangre sudor y lágrimas, de esfuerzo, de perseverancia.
Pero un día, me dormí. No sé que me pasó, pero dejé de ser
yo mismo. Dejé de trabajar, paré de dejar la vida en cada pelota, en cada
segundo, en cada acción. Dejé sacrificarme, de gastar todas mis energías en
cada paso. Me dejé estar, me sentí el campeón. Y me equivoqué.
Estaba mentalmente listo. Ya había cometido este error tiempo
atrás, y cada noche lo recordaba, y me prometía que no iba a dejar que vuelva a
suceder. Y pude: eso nunca pasó. Pero me equivoqué. Y hay que aceptar que uno
es imperfecto, que le pifia. Y yo le pifié mucho, lastimé a demasiada gente por
obstinado, y eso no puedo perdonármelo.
Mi sacrificio, mi energía, mi sudor, mi capacidad mental, mi
todo, lo puse en un lugar inapropiado. En un lugar que nunca iba a cambiar,
hiciera lo que hiciera. Y descuidé todo, y me descuidé a mí mismo.
Y hoy, veo a gente cumplir sus metas, seguir adelante,
caminar y avanzar. Veo a gente feliz, satisfecha con sus logros. Veo a gente
que encuentra su lugar en el mundo, que ama lo que hace. Veo a gente sonriendo,
abrazados, de la mano, caminando a la par. Veo a gente que luchó mucho, y hoy
saborea los frutos.
Y yo, escribo sobre ellos, con los ojos vidriosos.
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