25 jun 2012

"Si me toca morir quiero que sea así, el paraíso soñado"


Fortaleza mental. Indispensable para mantener una pelea, una batalla. Y más aun si esa guerra ocurre dentro tuyo, en lo mas recóndito de tu ser.
Analizar mucho puede llegar a ser contraproducente. Las decisiones más fieles a nuestra manera de vivir y a nuestros sentimientos nacen casi sin pensar. Uno debería ser capaz de cerrar los ojos, y vislumbrar que es lo que quiere, que objetivo quiere alcanzar. Y, por suerte, soy capaz de hacer eso. Al menos hoy.
Sé que quiero. Lo sé. Con todos los pros y contras que eso implica. Por que, seamos realistas: sería mucho más fácil no saber para donde camino, vivir en una nube de pedos, y mantenerme en esa postura bajo el argumento de “necesito pensar”. Saber lo que uno quiere no es siempre lo mejor, creo. Por que el hecho de ser conscientes de lo que buscamos, implica mucho más esfuerzo y trabajo en pos de esa búsqueda. Y, naturalmente, posibilidades de naufragar y fracasar. 

Siempre fui de las personas que le tienen mucho miedo al fracaso. Principalmente por que considero que siempre que quiero o busco algo, me la juego realmente por eso. Pienso, trabajo, me esfuerzo, dejo todo lo que tengo que dejar para poder alcanzar ese fin.  Y si no lo alcanzo, si se me escapa, la paso realmente mal.
Hay muchas chances de que esta vez se me escape la tortuga. Aunque en este caso, (seamos justos)  se me escaparía la liebre, mejor dicho. Pero, a pesar del miedo, que existe y que está siempre latente en mi persona, quiero jugarme el todo por el todo, y arriesgar. Tirar un ``all in´´, a pesar de no tener un póker de ases.  Voy a todo o nada con un par de jotas: ni con un full ni con una pierna. Con un simple par. Y `` Si me toca morir quiero que sea así, el paraíso soñado”
Y sí, dije que tengo miedo. Y no me avergüenza eso.

 ``Dicen que hay dos clases de escaladores. Los que tienen miedo y los que no. ¿Cuáles son los más valientes? ¿Los que no le temen a nada? NO.  Los valientes si tienen miedo. Los que no se asustan no sienten nada, no valoran nada. Corren riesgos por que todo les da lo mismo.  Y por eso son los primeros que mueren en la montaña. Y los que primero olvidamos.”

Así que, con miedo o sin miedo, a enfrentar las cosas. Siempre.  Con la cabeza en alto.  Y una sonrisa.



Y por eso volví del silencio más puro a este ring de boxeo.
Por que sólo al luchar sobrevive mi alma a su eterna condena.
Por que un día lloré cuando supe cual era mi papel en la historia.
Si me toca morir quiero que sea así, el paraíso soñado

21 jun 2012

1,2,3

cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez...respirar.uff, no alcanza.
once, doce, trece, catorce, quince, dieciseis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte.
respirar.
levantar la cabeza. seguir.
vivir.

Error 404

No hizo falta esperar al 22 de septiembre. Decidí mal.
¿Y ahora? no sé. Mantener la mirada en el suelo. Algún día, la verguenza tal vez pase. Algún día el sol volverá a nacer.

17 jun 2012

Sensaciones


El corazón me palpitaba violentamente dentro de mi pecho, al punto tal que sentía que existía la posibilidad de que huyera a un lugar más tranquilo de un momento a otro. Las manos me sudaban, denotaban mis nervios. Me resultaba imposible quedarme quieto; necesitaba moverme constantemente para descubrir que aún controlaba mi cuerpo, y no él a mí. Me sentía un nene, dando sus primeros pasos en la vida. No sabía bien que hacer, que decir. Todo lo que cruzaba por mi mente me parecía insulso. Ella merecía más.
Todavía no sé de donde saqué el valor para enfrentarla y mirarla a los ojos. Pero las sensaciones fueron únicas.  En ese preciso momento, toqué el cielo con las manos. Me sentí totalmente embriagado de felicidad, de dicha, de alegría. Realmente valía la pena vivir.
Cerré los ojos y la paz invadió mi cuerpo. No hubiese estado mal morir en ese instante.  Temía que fuese un sueño (otra vez), y que despertase algunos segundos más tarde, acomodado en mi cama, mirando las manchas de humedad del techo.
Mis manos se sentían atraídas por su rostro. No podía dejar de acariciarla. Su piel era tan suave, no lograba despegarme de ella. Realmente deseaba que el tiempo se detuviera, y que esa fotografía quedara inmortalizada en mi mente por el resto de mis días.
Tantas veces había imaginado sus labios, pero nunca creí que fuesen tan perfectos. Eran finos y delicados, con  un sabor celestial, único. Me representaban la pureza, la perfección, la esencia de los dioses. No quería alejarme de ellos, no quería que ese momento terminase nunca. De repente, creía en la eternidad.
Ella me miró, y sonrío. Supe que había tomado el camino correcto y que llegaría a buen puerto. La observé detenidamente, y mis ojos se encontraron con los suyos. Ahora, el que sonreía de manera estúpida era yo. Quería que sepa que estaba realmente feliz, que ese momento significaba mucho para mí. Acaricié suavemente su pelo, y la abracé.
Nuestros cuerpos se confundieron en uno, mientras pensaba cuanto hacía que no daba un abrazo tan sincero, con tanto afecto. La apreté contra mi pecho, intentando transmitirle seguridad, como si supiera exactamente todo lo que estaba haciendo. Nos quedamos unos segundos (horas) allí, inertes, disfrutando de los hechos.
Nos quedamos en silencio, sin pronunciar palabra. Sólo se escuchaba los latidos de nuestros corazones, aún acelerados, temiendo  que alguien nos descubriera.  Volví a besarla, pero esta vez dejé que la pasión me ganara la batalla. La besé fuerte, descargando los meses de desamores, de tristeza. Necesitaba que todas esas sensaciones abandonaran mi cuerpo para dar paso a las nuevas, más puras y plenas. No quería quedarme inmerso en ese oscuro pasado. La luz comenzaba a iluminarme. A iluminarnos.
Minutos más tarde, abandonamos esa sala y bajamos juntos las escaleras. Debíamos volver al mundo real, reencontrarnos con nuestros simulacros de vida, con nuestras fachadas. Ya habíamos jugado  suficiente  esa noche. Pero antes, le di un último beso. Luego, ella dobló para la derecha. La miré partir, mientras yo viraba hacia la izquierda, anhelando el momento en el cual volveríamos a vernos.